miércoles, 22 de junio de 2011

A secas, la lluvia, mi paz y yo.


Nunca me gustó del todo la lluvia, aunque no puedo negar que deja aventuras, que deja marcas, que transmite cosas, que te da ganas a otras. Pero hoy particularmente la lluvia se hizo calma, la lluvia se hizo paz. Hoy finita, tenue, leve, me dejó caminando por ese camino de regreso a casa, me dejó con la música que siempre está presente, me dejó a secas porque noté que me mojaba cuando la música dejó de sonar y provocó un silencio de unos tantos segundos en el que pude cobrar la consciencia de que la lluvia surgía los efectos que debe, mojarme. Aunque a pesar de éstos mi paz se mantenía intacta, mi paz era de ella, sonreí suavemente, me sentí deslizando las zapatillas ante la sensación del paso caído en los pies ya un poco mojados, los que acompañaban mi pelo ya un poco mojado también, mi capucha la que me hacía sentir invisible para mantenerme en mi pensamiento, en mi armonía mental. Y esa ilusión que se presenta de que alguien que te encuentre desprevenida y de la mano, te lleve a su andar, a su desliz, a un compás álmico de una lluvia nocturna, la fina lluvia del segundo día de estación invernal. Hay que prepararse es la primera, no la última, hay que disfrutarlas y transformarlas en paz, para que el agua se convierta en ese perfume que más gústa de olerse, ese perfume que se logra imaginar al pensar en alguien o en algo; ese aroma que trae recuerdos de llantos y risas. Claro, ésto no era posible si mi gran compañera no hubiese estado, si mi gran compañera no me hubiera desconcentrado del efecto principal, mojarme de paz. Gracias música por tomar de la mano a la lluvia, no empaparme pero si trasladarme entre sus limpias gotas y tus notas. Puedo decir: lindo fue verme caminante, en viejas callejas con el sonido en mí.